Aunque es probable que existan otras grandes estafas a bancos con tarjetas de crédito, las que más se recuerda hoy en día es la del ciudadano ruso Dimitri Agárkov.
Se trata de una de las estafas más grandes, y estrafalarias, de las que hemos conocido desde el uso de las tarjetas de crédito que, recordemos, llevan como sistema de pago masivo funcionando prácticamente 70 años.
La estada de Agárkov
Agárkov, residente en la ciudad de Vorónezh, recibió en el año 2008 una propuesta (no solicitada) para contratar una tarjeta de crédito de la entidad Tinkoff.
El ciudadano ruso, con toda la documentación del contrato, realizó una falsificación tosca, en la cual, tras escanear el documento, modificó las condiciones de las tarjetas de crédito.
Dentro de las nuevas condiciones que introdujo las más espectaculares eran:
- Crédito ilimitado
- No aplicación de intereses
- No aplicación de comisiones
Además de lo anterior, sustituyó la web que figuran en el contrato de tarjeta por una web propia de condiciones generales, en la que incluyó cláusulas de penalización tanto por modificación de los términos del contrato, como por cancelación de la tarjeta. Entre ambas cláusulas sumaban más de 200.000 €.
Agárkov, en su momento insistió que se trató de una broma, y que no pensaba que en ningún caso aquella documentación, reenviada a la entidad, tal y como se requería para la contratación de la tarjeta inicial, fuera aceptada.
Sin embargo, en un tremendo fallo de análisis, motivado por un modelo masivo de comercialización de tarjetas, la tarjeta fue aceptada.
El desarrollo de la estafa y su finalización (no la esperada)
Una vez aceptada la operación, recibió la tarjeta en su domicilio, con la copia del contrato alternativo, firmado por la entidad.
Durante los dos años siguientes, entre 2008 y 2010, pudo utilizar la tarjeta con normalidad, beneficiándose de unas condiciones extraordinarias, y sin problema alguno con la entidad.
En el año 2010, Agárkov entra en mora por una pequeña cantidad, y comienza a tener problemas a la hora de utilizar la tarjeta, los cuales reclama a la entidad. Hasta que, de manera abrupta, la entidad suspende el uso de la tarjeta con una reclamación de 1000 €. De los que una parte se correspondían a los intereses y los costes del descubierto. Costes que obviamente no figuraban en el contrato.
El ciudadano ruso, en lugar de hacer frente a esta reclamación del banco, contraataca y reclama a su vez que cumplan las condiciones del contrato que firmaron. Todo esto acaba en los tribunales que, le dan la razón a medias a Agárkov. El banco se ve obligado a reconocer que no había leído las condiciones que había firmado, y el juez dictamina que el ciudadano ruso sólo es responsable en todo caso de la cantidad equivalente a los intereses de demora.
Pero, lejos de conformarse con esta sentencia. Reclama y coloca una demanda al banco por incumplimiento de contrato hasta en ocho ocasiones con una indemnización de prácticamente 600.000 €. A la vez el banco lo demanda a él, solicitando cuatro años de cárcel.
Al final todo concluyó en un acuerdo entre partes, del que no se conocen los términos. Pero que acabó con cierto toque de humor con la entidad bancaria diciendo que ponía a disposición del usuario sólo tarjetas de débito a partir de ese momento, mientras que el usuario se mostraba arrepentido diciendo que la broma había llegado demasiado lejos.
Pocos años después se sabía que había habido un acuerdo económico considerable para la renuncia a las demandas, y, obviamente, a la tarjeta mágica.